Del 9 de junio al 7 de septiembre
La reflexión exterior
«La mayoría de gente vive en una pequeña prisión en su mente». Rebecca Horn.
«[…] pues, he aquí que la zarza ardía con el fuego y, no obstante, la zarza no se consumía». Éxodo 3:2.
El fuego es táctil.
Cuando un niño experimenta por primera vez el fuego, probablemente en la vela de su primer cumpleaños, es un reflejo habitual que alargue la mano para conocerlo de la misma manera que a esa edad hace con el resto de su entorno. Si no se lo impedimos, se quemará. Ese momento se quedará grabado en su memoria, habrá conocido la luz que hiere.
Moisés también quiso acercarse a la Zarza Ardiente. Tras su encuentro con Yavé, el rostro de Moisés era radiante. Así se exteriorizaba un cambio interior tan profundo como el que atribuye la Biblia a esa visión. Él era a partir de ese momento un portavoz de lo divino, un medium que había visto Más Allá y debía servir de puente entre dos mundos.
El gesto de extender el brazo crea un puente entre nuestra percepción interior y el exterior. Es una sonda, enviada desde las profundidades para conocer lo que hay al otro lado y devolver esa información. No se puede conocer sin exponerse a uno mismo. Es un acto de vulnerabilidad.
Esa extensión también define un volumen en el que podemos influir, donde nuestro cuerpo puede crear y destruir. Marcar territorio, reclamarlo.
La espiritualidad de Rebecca Horn no es un secreto: «Tienes que creer en algo». Su interés por el cuerpo, tampoco. La limitación que supuso guardar cama durante un año en su juventud por inhalar fibra de vidrio la hizo más consciente que a la mayoría de sus limitaciones y posibilidades. Dedicó su tiempo a coser, a dibujar, a todo lo que le permitió su convalecencia.
Sus creaciones a partir de ese momento se convierten en extensiones de sí misma: esculturas corporales. Son máquinas que complementan la mecánica de su cuerpo; dibujos que son huellas, que se alargan tanto como ella.
Las lenguas de fuego de cobre mecanizado de Brennender Busch (Zarza Ardiente), 2001, se propagan en todas las direcciones, buscando al espectador. Ese fuego, al igual que el bíblico, es un fuego que no quema ni se extingue. Es el nexo con la divinidad, el medio para conocer un misterio, una idea compleja.
Como Horn aclara siempre, ni este ni el resto de sus autómatas son simples objetos.
En algunos casos son medios con los que mejorar su cuerpo, entendido también como máquina. Arm Extensions, 1968; Pencil Mask, 1972; Finger Gloves, 1972, son todas extensiones de sí misma. Finger Gloves, con sus dedos largos como un brazo,permite el conocimiento mejorado por medio del tacto, pero también marca distancias.
«Están hechos de un material tan ligero que puedo mover mis dedos sin esfuerzo. Siento, toco, agarro con ellos y, sin embargo, mantengo una cierta distancia con los objetos que toco».
«En mis primeras obras puedes ver una especie de caparazón».
La mano que se extiende para tocar también lo hace para detener a un intruso. Extensión-tacto-choque-bloqueo.
En otros casos, los autómatas tienen vida propia para narrar y encarnar una idea, una situación, un momento congelado en el tiempo que se repite (aunque no sin cesar, «[Mis obras] descansan, reflexionan, esperan»). Tiene un gran repertorio de símbolos narrativos: Erinnerung an Donald (Recuerdo de Donald), Verbotenes Spiel (Juego Prohibido).
A veces, también hace suyos conceptos esotéricos. Die Jungfraeuliche Empfaengnis (La Concepción de la Virgen) con la pulcritud y perfección matemática de la caracola y su relación temática con Brennender Buschd, la llama que penetra pero no daña. Es la creación sin castigo.
Todos ellos son un reflejo de su creadora, que se expone ante el espectador.
Esto ocurre incluso con lo más inmediato, el dibujo. Los lápices de colores siguen siendo uno de sus medios predilectos. La abstracción en la que se siente tan cómoda se libra de la censura de lo concreto.
Nacida un año antes del final de la II Guerra Mundial en Alemania, recuerda el rechazo del resto del mundo por su lengua natal. Encontró en el dibujo la manera de expresarse y evitar esa situación.
«No tenía por qué dibujar en alemán, francés o inglés. Podía simplemente dibujar».
Así se convierte el dibujo en frontera de uno mismo, en protección frente a la confrontación. Sus Bodyworks, en los que explora los límites de su corporalidad el trazo se extiende tanto como la longitud de sus brazos, son la representación de cuánto se puede extender su confort.
En esa línea de separación, entre lo ajeno y lo propio, se encuentran las obras de Horn. Nos interrogan cuando nosotros hacemos lo mismo con ellas. Nos permiten acceder a nuestro interior mientras revelan el de su creadora. Es un reflejo mutuo, sutil y vulnerable.
Héctor San José, Madrid, mayo 2022
La Galeria Pelaires ha rebut una subvenció del Consell de Mallorca per a la realització d'aquesta exposició.