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Del 25 de noviembre de 2022 al 17 de enero de 2023
Ceniza y sal
(Pasado y futuro de un paisaje sin nosotros)
Iván de la Nuez
La ceniza evoca el pasado que ha dejado de ser fuego y está próximo a extinguirse. La sal invoca un futuro corrosivo, reacio a apagarse.
Sal y ceniza configuran una imagen del mundo sin fanfarria.
Sin sus rascacielos y ciudades. Sus luces de neón y calles concurridas.
Sal y ceniza nos preparan para entrar, sin brújula, en una región donde no habitarán los humanos.
Bienvenidos a este paisaje sin nosotros.
A esta intemperie que aloja el pensamiento, pero que no es el pensamiento. Como la naturaleza no es la ecología ni la sociedad la sociología ni la cartografía el paisaje.
Así es este arte rupestre, surgido de una cripta ubicada en algún punto entre la naturaleza y la cultura. Un arte que no pierde el tiempo buscando el equilibrio entre ambas, porque eso es algo que sabe imposible de antemano.
Aquí no se habla sobre incendios, tormentas, mareas. Aquí las obras, directamente, se incendian, rajan el horizonte, naufragan.
Aquí no estamos para confirmar la retórica de las vanguardias, siempre a merced de un reporte del tiempo, sino el presagio de una naturaleza zarandeada por la erosión, la podredumbre, el sol…
Aquí la intemperie marca el ritmo de la obra y no remite a la cronología de una vida a resguardo (el ritmo sacrosanto de nuestras veinticuatro horas del día), sino a la noria caótica de tormentas, crecidas de ríos, torrentadas.
Aquí la naturaleza no capitula ni enarbola el regreso a un éxtasis seminal desprovisto de sus peligros de extinción.
Aquí la naturaleza atraviesa la cultura como el pasado atraviesa el presente, tal cual lo vio Lucy R. Lippard en Overlay. (Esto va, en definitiva, de una naturaleza que se deja caer, imperturbable, sobre las obras de arte).
Aquí no hay paraíso perdido ni Edén vencido.
Aquí Occidente es accidente.
Aquí no hay cofre por abrir.
Más que contemporáneo, lidiamos con un arte temporal. Así que no es muy interesante clasificar estas obras como instalaciones, palabras, esculturas, pinturas…
Estas piezas son despieces (de todos esos soportes y de sí mismas).
Inconclusas como los croquis, inestables como los bocetos, están dispuestas para orientarnos vagamente en el terreno. Son, acaso, indicaciones rústicas para una travesía en la que las palabras importan menos que la caligrafía y los textos mucho menos que las texturas…
Representan una metamorfosis de la naturaleza que no va de etapas vencidas sino de etapas quemadas.
Ceniza y sal. Sal y ceniza.
En su Diccionario de símbolos, Eduardo Cirlot relaciona a la ceniza con la muerte; "con el polvo, de un lado, con el fuego y lo quemado de otro". Nada nos dice, sin embargo, de la sal, que no le merece una minúscula entrada en su obra magna.
Para eso tenemos a Blaíse de Vigenère y a su Tratado del fuego y de la sal, publicado en el muy lejano 1618. En este libro, la sal se asocia también al fuego, pero mutante e indómito, que repta a través del tiempo para sostener el aliento de la vida en la tierra.
Decía Oteiza que el arte no estaba para contar, sino para señalar. Y a eso, precisamente, se dedican los trazos de esta cartografía en la que el territorio define el mapa de un exorcismo que nos convierte en antorchas; listas para quemar y alumbrar el mundo.
Al Ras es el título de un libro muy especial que actualmente están preparando el artista Guillem Nadal y el escritor Iván de la Nuez para la editorial Turner, con la colaboración de la Galería Pelaires. Es un proyecto curatorial y artístico fruto de una larga relación profesional y personal entre Nadal y De la Nuez. Un proceso íntimo y una experiencia artística que ilustrará parte de la trayectoria y del mundo creativo de Guillem Nadal. La exposición en Pelaires y la publicación del libro son parte de un mismo proyecto. Así, Al Ras se convierte en "...De sal i cendra", el título de la exposición que se presenta ahora en Pelaires. La publicación expandida físicamente en un proyecto que se expresa en términos literarios y visuales. Una selección de obras que van desde 2001 hasta 2022, que se pueden ver en Palma desde el 25 de noviembre de 2022 hasta el 17 de enero de 2023.
La exposición ocupa las dos plantas de la galería. En la pared del patio de la entrada, el artista ha creado una instalación poética de letras hechas con acebuche, a partir de una frase de Joseph Conrad citada en un capítulo titulado "El coleccionista de ruinas (2007)" del libro Museo animal del escritor costarricense Carlos Fonseca (San José, 1987). Estas letras-escultura, colgadas en la pared de forma intencionadamente descendiente, acaban muriendo quemadas y desapareciendo a ras de suelo. La ceniza es una de las claves de la exposición.
Las obras de la planta baja de Pelaires conforman un paisaje atrapado en un cubo blanco. La naturaleza dentro del espacio expositivo y, al mismo tiempo, una extensión del taller del artista que queda desvelado al público. El núcleo exento de esculturas-maqueta, con piezas de 2001 hasta 2022, es una muestra de diferentes momentos de la carrera del artista, una sucesión de historias mínimas con temas e intereses recurrentes en su pensamiento: principalmente, el paso del tiempo, la reflexión sobre el concepto del viaje y los naufragios. Completan este bosque de maquetas cinco pinturas de 2016, de diferentes medidas, que son desiertos verdes, naturaleza atrapada que aligera y borra las fronteras con el exterior. El conjunto en sí pone al descubierto obras poco o nunca vistas que normalmente habitan el taller del artista, un refugio de naturaleza y reflexión que traspasa los límites del paisaje humano.
En la Planta Noble cuelgan del artesonado tres barcas de madera que dan título a la exposición. Dos de las barcas están llenas de sal, un de paisaje de sal, la segunda clave de la exposición. La sal es un material que Guillem Nadal ha utilizado en algunas de sus instalaciones más emblemáticas a lo largo de los años. Las barcas rememoran el concepto de viaje y recuerdan algunos pasajes bíblicos en los que se explica cómo el hombre era castigado cubriendo las tierras de sal y quedando condenado cruelmente al hambre. La tercera barca lleva cenizas y un poco de carbón.
Estas piezas enlazan directamente con las obras de la segunda sala de la Planta Noble. En la pared, obra reciente, dos cráneos enfrentados hechos a lápiz y fuego que representan un viaje a lo largo del tiempo que acaba en el círculo de la isla utópica que es el final de la vida. La obra escultórica que protagoniza el espacio central de la sala es un paisaje de la memoria, una pieza hecha con ceniza y con dos cráneos auténticos.
Esta nueva exposición reaviva la forma en la que Guillem Nadal se enfrenta al arte, como una extensión natural de su vida. Una trayectoria reflexiva y coherente que traspasa cualquier estímulo exterior. Nadal viaja fielmente desde y hacia sí miso. Un ansia por crear un mundo poético a partir de los grandes temas que le han acompañado a lo largo de toda su carrera, una producción con una narrativa objetual inconfundible.