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Mælady
Andrei Pokrovskii

Inauguración: 20 de septiembre, 2025

Exposición individual de Andrei Pokrovski en el Pelaires Cabinet. Comisariada por Sasha Bogojev.

Al hablar con Andrei Pokrovskii (Moscú, 1996) sobre la serie de pinturas creadas para su debut en solitario en España en Pelaires Cabinet, un tema recurrente fue la idea de la información codificada en fragmentos del entorno. La noción de que algo tan modesto como el polen o las colmenas pueden servir como archivos naturales de conocimientos ambientales, históricos, ecológicos y genéticos llevó al artista ruso afincado en Londres a centrarse en una forma de memoria subconsciente o periférica, a veces denominada memoria ambiental. En concreto, estas pinturas exploran el desciframiento accidental de esos datos codificados como fuente de inspiración y su posible transformación en pensamientos, acciones o imágenes.

En la década de 1940, el psiquiatra y psicólogo suizo Carl Jung colaboró con el físico ganador del Premio Nobel Wolfgang Pauli para explorar los paralelismos entre la psicología y la física cuántica. Partiendo de la premisa de que la psique y la materia emergen de la misma realidad subyacente y que, en niveles más profundos, su frontera puede disolverse, buscaron un principio unificador (el unus mundus) y sentaron las bases de la teoría de la sincronicidad de Jung. Teniendo en cuenta la importancia de las coincidencias significativas sin vínculos causales, esta teoría respaldaba la idea de que la inspiración puede surgir no solo de la observación, sino de un campo invisible en el que los estados internos y los acontecimientos externos se alinean misteriosamente. En otras palabras, reconocía el arte como un puente entre lo intangible y lo material creado a través del reconocimiento casual de señales ocultas incrustadas en el mundo que nos rodea. Esa información latente permanece invisible hasta que se revela, pero se vuelve poderosa y cargada de significado cuando se desbloquea.

Profundizando en el examen de lo no físico que provoca la manifestación o la acción física, Pokrovskii se centró en el fenómeno omnipresente, poderoso y a la vez notoriamente intangible que es la música. En particular, consideró el movimiento del aire o el aliento como la fuerza motriz de los instrumentos de viento, que históricamente han tenido connotaciones inquietantes, amenazantes o de otro mundo. Estableciendo conexiones con mitos como las siete trompetas del Apocalipsis (6,75 o Merciful and With a Great Sense of Humor, ambos de 2025) y El flautista de Hamelín (Wet Tune, 2025), e incluso haciendo referencia al extraño fenómeno histórico de la epidemia de baile (Data Goes a Long Way o Pathology, ambos de 2025), la idea era examinar cómo «la nada» podía transformarse en «algo». Ya sea el sonido hipnótico de una flauta, una trompeta o un organillo, o una rendición colectiva representada a través de movimientos corporales, Pokrovskii está fascinado por la absorción intuitiva de la atmósfera que se manifiesta de una manera determinada, afectando directamente a quienes se exponen a ella.

Con esto en mente, las pinturas se resisten al realismo en favor de la resonancia, invitando a una mirada más lenta, profunda y en sintonía, más allá de la propia imagen. En cuanto a la composición, parecen cuadros vivientes, pausas teatrales coreografiadas que crean momentos de suspensión, tensión y claridad visual. Quizás, en un guiño a la escuela sienesa y a un enfoque más lírico y narrativo, arraigado en la comprensión del espacio anterior al Renacimiento e impregnado de espiritualidad, la profundidad también se percibe como superficial pero legible, con una escala y una perspectiva inconsistentes. Las figuras estilizadas parecen menos vivas y más como extensiones de su entorno, lo que contribuye a la sensación de espacios interiores pero radiantes que crean la sensación de ser atraídos hacia la imagen. La perspectiva representada es intencionadamente antinaturalista y está diseñada para desanclar al espectador de lo cotidiano e invitar a la contemplación.

A través de este enfoque, las pinturas se convierten en meditaciones sobre cómo las energías invisibles, ya sean sónicas, espirituales o psíquicas, se mueven a través del espacio y se instalan en el cuerpo. Como tales, se consideran objetos, artefactos que pueden existir dentro de la realidad representada. Haciendo referencia a la tradición multicapa de los iconos del cristianismo ortodoxo, trascienden la imagen y se consideran agentes activos, manifestaciones o portales a una realidad paralela. Al igual que las imágenes de escenas de la Sagrada Escritura pintadas sobre paneles de madera con témpera al huevo y pan de oro no son meras herramientas didácticas, sino recipientes espirituales que afirman la realidad de la Encarnación, las pinturas de Pokrovskii se convierten en portadoras de estados de ánimo, umbrales entre la realidad y el sueño, y contenedores de lo invisible. Esta ruptura con la realidad culmina en un resplandor dorado, como si todo se viera a través de un filtro ámbar. Con tonos arcillosos que dominan la imagen (interrumpidos ocasionalmente por evocadores cielos esmeralda o turquesa), el ambiente de momentos que, de otro modo, serían alegres, quizás traviesos, se transformam en solemnidad o incluso desaliento. Estos colores, junto con pinceladas crudas y sin mezclar, intensifican la emoción, insinuando presión, alienación o sobreestimulación. Una sobreestimulación provocada por la música, los estados de ánimo o incluso frecuencias tácitas, que altera la postura, la respiración y el pensamiento y provoca trastornos emocionales o sociales. Estas fuerzas inmateriales eluden la lógica y se instalan en algún lugar más profundo, donde influyen en la percepción y, a veces, sin previo aviso, se apoderan del cuerpo por completo. Y en el universo de Pokrovskii, convierten la melodía en una enfermedad.

Texto de Sasha Bogojev

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Andrei Pokrovskii (Moskow, 1996). Vive y trabaja en Londres. En 2016 se graduó en la Universidad Estatal de Artes Gráficas de Moscú, en el Departamento de Diseño Gráfico. En 2019 se graduó en la British Higher School of Art and Design, en el curso de Ilustración.

La práctica de Andrei Pokrovskii aborda la pintura como artefacto y, a través de su materialidad, la ancla a un espacio ilusorio, imaginario y mítico. Manteniendo el tema en un plano intuitivo e influido por recuerdos y experiencias personales, así como por su afinidad hacia escenarios solitarios y teatrales, explora cómo se establece una relación con el espacio.

Inspirada en el arte antiguo y religioso —como objetos devocionales, tótems e iconos, particularmente en su funcionalidad mágica más que en su papel representativo—, su obra cuestiona de qué manera el entorno pictórico afecta y configura lo físico.

Aspectos como el soporte y el panelado de madera, el volumen, el peso y la textura, junto con la propia imagen, definen la pintura no tanto como una representación, sino como un objeto con su propia gravedad y presencia. Esta cualidad objetual adquirida permite que la forma pictórica se convierta en una extensión de su tema, transformándola en un artefacto y en una manifestación física del mundo mítico que representa.

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La Galeria Pelaires ha rebut una subvenció del Consell de Mallorca i de l'ICIB per a la realització d'aquesta exposició.